«La mina... mierda, las cosas se están poniendo feas muy rápido», pensó Lein mientras se dirigía junto a Rick a la entrada principal de la mina de extracción de cristales.
—Tuerto, te dejo a este chico para que le expliques cómo se extraen los cristales. No seas blando con él; tiene que lograr extraer al menos la cuota mínima. Si no, ya sabes lo que tienes que hacer: dale una buena lección para que entienda que esto no es un juego.
El Tuerto era un hombre feo y sucio, de unos 50 años, al que le faltaba su ojo derecho, el cual cubría con un viejo y empolvado trozo de tela. A pesar de que Rick tenía una posición un poco mayor dentro de la familia dueña de estas minas, no podía encargarse de todo, y dentro de la mina, el Tuerto era el encargado de entrenar y castigar a todos los que no cumplieran con su trabajo. Si eras un hombre libre, a lo mucho perderías el trabajo, pero si eras un esclavo, la cosa no sería tan fácil.
—¿Qué pasa, Rick? Cada vez los escoges peor... Este chico es un saco de huesos, no vale ni el collar de esclavitud que le has puesto. Me preocupa más que muera en su primer día a que logre extraer un solo cristal.
—¡Maldita sea, Tuerto, preocúpate de tu trabajo que yo haré el mío!
Mientras Lein escuchaba la discusión entre los dos hombres, sentía cómo su corazón se estrujaba más y más. Él nunca fue una persona cobarde, pero sentía cómo las cosas estaban más allá de su control y no podía pensar en una solución a este problema. Eso era lo que más miedo le daba: esa horrible sensación de impotencia que hacía muchos años no sentía.
—Escúchame bien, chico, porque esto no lo repetiré: la cuota mínima son 3 cristales de aura. Si consigues más de eso, recibirás algún tipo de recompensa. Sé cuidadoso; si me entero de que dañas algún cristal, serás castigado, aunque con tu poca fuerza dudo que eso sea un problema. Los cristales son muy duros, pero si se les da un golpe directo, podrían dañarse. Además, al agrietarse, sueltan primero un tipo de gas que sería tóxico para un plebeyo como tú; luego, empezarán a sangrar un líquido celeste. Ten cuidado, que el líquido es aún más venenoso; si lo tocas, pasarán varios días enfermo. Hay algunas otras piedras y minerales que son útiles, pero esos solo los recogen los mineros a sueldo para ganar algo extra. Tú concéntrate en los cristales que te he mencionado.
Lein se dio cuenta de que ya había oído mencionar algunas cosas de los cristales mientras trabajaba en la cocina, ya que en ella se reunían muchos mineros y sirvientes a las horas de las comidas, que contaban constantemente cosas relacionadas con los cristales de aura. Lein sabía, gracias a sus viejos recuerdos, que el líquido de estos cristales era usado por alquimistas para crear pociones, herramientas y armas para los nobles. Los plebeyos no podían consumir estos brebajes, ya que enfermarían e incluso podrían morir.
—Toma, chico —dijo el Tuerto mientras arrojaba una bolsa con algunas herramientas a los pies de Lein—. Dentro hay un mazo y algunos cinceles que te servirán para despegar los cristales de la pared. Recuerda picar alrededor del cristal y nunca golpearlos de frente.
—Entiendo —dijo Lein, mientras recogía la bolsa con las cosas y la ponía en su hombro con una gran tristeza en su corazón.
—Una última cosa, muchacho, y tal vez la más importante: ten mucho cuidado de no romper la lámpara de piedras luminosas, ya que es tu única defensa contra las criaturas que viven dentro de la mina en las partes más oscuras. Mientras la lámpara esté encendida, no te atacarán, ya que le temen a la luz.
Mientras caminaba, adentrándose en la mina más y más, Lein empezó a sentir que sus esperanzas de sobrevivir en este nuevo mundo se volvían cada vez más escasas. Sin embargo, no podía negar que el asunto de los cristales de alma despertaba, de cierta forma, su curiosidad.
«Algo que sirve para crear pociones y armas. ¿Qué tan poderoso será?»
El interior de la mina era muy diferente a lo que Lein pensaba. No era completamente oscura; había luces colocadas en puntos estratégicos para iluminarla de forma uniforme, y, de alguna extraña forma, sentía que una cierta calidez lo envolvía. No sabía por qué, pero entre más se adentraba, mejor se sentía; incluso su cansancio y preocupaciones iban disminuyendo.
«¿Qué está pasando? Algo se siente diferente, me siento mejor, pero no hay nada en los recuerdos de este cuerpo que explique esta sensación. Es más, creo que había escuchado que si la gente permanecía mucho tiempo aquí iría enfermando poco a poco», pensó Lein mientras se acercaba a un grupo de mineros.
—Hola, soy nuevo en la mina y me preguntaba si alguno de ustedes me podría indicar dónde tengo que empezar a minar.
—¿Ese viejo Tuerto no te explicó nada?
—Bueno, me dio una bolsa con herramientas y me dijo que no rompiera los cristales.
—Viejo perezoso... ni siquiera se esfuerza por ganarse su paga... Mira, chico, solo tienes que buscar un lugar que esté solo y comenzar a cavar. Como eres un esclavo, solo te aceptarán a ti los cristales de aura como cuota del día. Pero cualquier otra piedra que veas que sea un poco brillante puedes traérnosla; nosotros te daremos algo que valga la pena a cambio.
—Gracias —dijo Lein mientras se alejaba buscando dónde empezar su tarea, pero por alguna extraña razón, Lein sentía que algunas partes de la mina ejercían una cierta atracción hacia él. Cuando había caminado unos 100 metros, se detuvo frente a una pared de unos 2 metros de alto. El lugar estaba un poco oscuro ya que Lein se había alejado bastante de las piedras luminosas que se utilizaban en la mina como si fueran antorchas. Lein puso su mano en la pared y sintió como si esa atracción que lo había guiado hasta ahí aumentara un grado en intensidad.
«¿Qué está pasando? ¿Por qué siento que hay algo muy bueno dentro de esta pared de roca? No estoy muy seguro, pero solo hay una forma de averiguarlo».
Rápidamente tomó la bolsa de herramientas que le habían dado y sacó un mazo y un cincel, y comenzó a cavar en la roca. Esta era muy dura y Lein sintió que esto le tomaría una eternidad. En ese momento comprendió por qué la cuota del día en la mina era de tan solo 3 cristales.
Unas dos horas después de que comenzara a trabajar, vio que algo brillante y de color celeste empezaba a asomarse por en medio de las rocas. «Cristales de alma, al fin», exclamó Lein en voz alta, mientras estiraba su mano para tocar por primera vez aquella extraña roca por la que todos en este mundo hacían tanto alboroto.
En el momento que sus dedos tocaron la superficie del cristal, Lein sintió como una extraña energía entraba a su cuerpo. Esta no se sentía como algo dañino para él, sino más bien todo lo contrario: el cansancio y el hambre que tenía en ese momento comenzaron poco a poco a desaparecer. Un sentimiento de paz y felicidad inundaba cada fibra de su ser.
Tienes mi atención.
ResponderEliminarAhí me vas contando qué te parece
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